miércoles, febrero 10, 2021

Sobre la experticia

La popularidad que ha alcanzado la tergiversación de los simples principios de Un Curso de Milagros es prodigiosa. La fascinación por retocarlo, el afán para reorganizarlo, la celeridad para fusionarlo, el esmero para diluirlo, todo esto y más es, simplemente notorio.
¿Quién confiaría en los comentarios de algún exégeta de «El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha» que promueva una caprichosa reducción de su volumen? ¿O una versión simplificada de su exuberante periplo? ¿O una mixtura  con otras obras para mejorar la pluma de Cervantes? ¿O un resumen que señale que se trata de la lucha del idealismo en contra de la triste realidad? ¿Y que además ilumine sus dichos aclarando que uno es Alonso y el otro Sancho?
Desde su etimología, la exégesis representa la extracción del significado de un texto y fue el ámbito religioso en donde esta lectura comprometida tuvo su puesto más destacado. Los exégetas del Talmud, el Corán y la Biblia entre otros, consagran su vida a esta forma particular de amor: estudiar sin distorsiones esos libros para compartir con los seguidores de dicha fe, los testimonios de esperanza que encierran. Y esto obviamente, ¡los incluye!
La exégesis encuentra hoy espacios en otras disciplinas en donde adhieren a los preceptos heredados. En última instancia, estamos hablando del estudio de símbolos que llevan la marca del tiempo sí, pero para trascenderlo.  Y por más que el formato se presente en capítulos y secciones con finalidades específicas, todos son portadores del sentido ulterior, único e inclusivo que el corazón del autor nos ofrece.
Si fuera posible representar esta expresión de amor, imaginémoslos como personas que honrando el aspecto escrito de su llamado, enseñan a quererlo, no a divinizarlo ni venerarlo, sino a quererlo por lo que es, a practicarlo tal como es. Solo desde este lugar es posible apreciar un tesoro espiritual con aristas retóricas como recurso pedagógico.
Los legítimos intérpretes del milagro no apelan a frases edulcoradas mientras pasan por alto ahondar en el costo de la silenciosa dinámica de la autonomía ganada a expensas de la otredad. En realidad, los genuinos expertos milagreros enseñan el mismísimo proceso exegético, acompañando tanto la apreciación como la comprensión de la profundidad inmaterial del texto para cuando llegue el momento del juicio final.
Un exégeta no estudia en soledad, sería ridículo pensar que, por su cuenta, podría abarcar la vastedad de una obra universal. Abreva en la fuente y también en el recto entendimiento de aquellos que lo precedieron. No obstante, algunos improvisados toman literalmente esa especie de apuro celestial, cayendo así en la tentación de olvidar que tanto el estudio fiel como la práctica honesta del Curso son, para los practicantes, su auténtico ministerio. ¡Y esto no quiere decir ensalzar una dimensión intelectual!
Son muchos los que preocupados por  la situación del mundo imaginan que su contribución personal a la verdad es indispensable. “Hay que llevar el mensaje de luz”, suelen proclamar como antesala de su apostolado. Querido lector, te invito a que pases estas dos oraciones por el tamiz de los principios del perdón. Hazlo, y verás que ambas son falsas.
La certeza de haber encontrado mi camino implica no quedar a merced de una lectura  extraña al milagro que me priva del propósito de la jornada. Nuestra lengua castellana es tan rica que tiene una palabra para esta situación: eiségesis, o sea “la inserción de interpretaciones personales en un texto”. Puedo entonces volver a escribir la primera línea de este artículo diciendo que la popularidad que ha alcanzado la eiségesis de Un Curso de Milagros es prodigiosa.
Bendiciones,
patricia