La popularidad que ha
alcanzado la tergiversación de los simples principios de Un Curso de Milagros
es prodigiosa. La fascinación por retocarlo, el afán para reorganizarlo, la celeridad
para fusionarlo, el esmero para diluirlo, todo esto y más es, simplemente notorio.
¿Quién confiaría en los
comentarios de algún exégeta de «El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha»
que promueva una caprichosa reducción de su volumen? ¿O una versión
simplificada de su exuberante periplo? ¿O una mixtura con otras obras para mejorar la pluma de Cervantes?
¿O un resumen que señale que se trata de la lucha del idealismo en contra de la
triste realidad? ¿Y que además ilumine sus dichos aclarando que uno es Alonso y
el otro Sancho?
Desde su etimología, la
exégesis representa la extracción del significado de un texto y fue el ámbito
religioso en donde esta lectura comprometida tuvo su puesto más destacado. Los
exégetas del Talmud, el Corán y la Biblia entre otros, consagran su vida a esta
forma particular de amor: estudiar sin distorsiones esos libros para compartir con los seguidores de dicha fe, los testimonios de esperanza que encierran. Y
esto obviamente, ¡los incluye!
La exégesis encuentra hoy
espacios en otras disciplinas en donde adhieren a los preceptos heredados. En
última instancia, estamos hablando del estudio de símbolos que llevan la marca
del tiempo sí, pero para trascenderlo. Y
por más que el formato se presente en capítulos y secciones con finalidades
específicas, todos son portadores del sentido ulterior, único e inclusivo que el
corazón del autor nos ofrece.
Si fuera posible representar
esta expresión de amor, imaginémoslos como personas que honrando el aspecto
escrito de su llamado, enseñan a quererlo, no a divinizarlo ni venerarlo, sino
a quererlo por lo que es, a practicarlo tal como es. Solo desde este lugar es
posible apreciar un tesoro espiritual con aristas retóricas como recurso
pedagógico.
Los legítimos intérpretes
del milagro no apelan a frases edulcoradas mientras pasan por alto ahondar en el
costo de la silenciosa dinámica de la autonomía ganada a expensas de la
otredad. En realidad, los genuinos expertos milagreros enseñan el mismísimo
proceso exegético, acompañando tanto la apreciación como la comprensión de la
profundidad inmaterial del texto para cuando llegue el momento del juicio
final.
Un exégeta no estudia en
soledad, sería ridículo pensar que, por su cuenta, podría abarcar la vastedad
de una obra universal. Abreva en la fuente y también en el recto entendimiento
de aquellos que lo precedieron. No obstante, algunos improvisados toman
literalmente esa especie de apuro celestial, cayendo así en la tentación de
olvidar que tanto el estudio fiel como la práctica honesta del Curso son, para los
practicantes, su auténtico ministerio. ¡Y esto no quiere decir ensalzar una
dimensión intelectual!
Son muchos los que
preocupados por la situación del mundo
imaginan que su contribución personal a la verdad es indispensable. “Hay que
llevar el mensaje de luz”, suelen proclamar como antesala de su apostolado.
Querido lector, te invito a que pases estas dos oraciones por el tamiz de los
principios del perdón. Hazlo, y verás que ambas son falsas.
La certeza de haber
encontrado mi camino implica no quedar a merced de una lectura extraña al milagro que me priva del propósito
de la jornada. Nuestra lengua castellana es tan rica que tiene una palabra para
esta situación: eiségesis, o sea “la inserción de interpretaciones personales
en un texto”. Puedo entonces volver a escribir la primera línea de este artículo
diciendo que la popularidad que ha alcanzado la eiségesis de Un Curso de
Milagros es prodigiosa.
Bendiciones,
patricia
patricia