Leo y estudio las líneas de Un Curso de Milagros. Hago las lecciones
con honesta inconstancia. Y al menor descuido, el ego aniquila mi paz mental.
Con virulencia.
No abracé el Curso como camino espiritual porque mi vida fuera un desastre. Sin embargo, al comenzar a practicarlo, sí comprendí en su absoluta magnitud, mi dominante fidelidad al mundo.
La esperanza de sentirme estimada, valorada.
El sueño de
sentir que los afectos son sinceros y están para quedarse.
El anhelo de tener
relaciones laborales o amistosas basadas en el mutuo aprecio y consideración.
De la mano del Curso, observé cuán profundo era mi error
al buscar algo en el mundo.
La esperanza era ahora trascender la necesidad de
sentirme estimada,valorada.
El sueño era ahora permitir que mi propio afecto
sea sincero.
El anhelo era tener relaciones laborales o amistosas más allá de
la fragilidad e inconstancia de los aprecios y las consideraciones.
Luego llegué a entender que no hay esperanza dentro de la
dinámica del ego.
A veces me encuentro cultivando alguna forma de especialismo
esperando que funcione.
Y lo que cosecho es algo mustio, fétido, cruel.
No es fácil mirar esta fealdad sin tropezar con la
depresión como camino.
Aún me gustaría que alguien alguna vez me haga sentir
apreciada.
Aún me gustaría sentir afectos sinceros, sin maquillaje.
Aún me gustaría un espacio laboral donde tantas teorías se transformen en
realidad.
Aún me gustaría un círculo de amistades hermanadas.
Pero no.
No hay esperanzas en el mundo tal y como entre
todos lo hemos construido.
No hay esperanzas de hacer del infierno un lugar
mejor.
Este mundo nos lastima porque creemos en él.
Y el mundo no es sino una representación externa de una condición interna.
Y la condición interna es la decisión de la mente.
En medio de una temporada oscura, sólo una idea
sobrevive.
Podría elegir paz en lugar de
esto.
Todos esos rostros traicioneros que desfilan ebrios de satisfacción,
representan una decisión.
Yo podría estar en paz.
Yo podría estar en paz.
He tenido instantes de apacible quietud así que la experiencia me ha
enseñado que en las peores circunstancias, siempre se puede tomar otra
decisión.
Pero no es fácil revertir todas las veces que durante eones hemos
elegido el olvido.
Dentro de tanta desesperanza, la buena nueva es que podemos trascender
toda esta traición. Y recordar.
Por eso las
pérdidas no son pérdidas cuando se perciben adecuadamente.
Aquello que
tratamos de aprender no se encuentra en el nivel de la forma.
En ocasiones me he sentido descartada, desechada,
despreciada.
El motor de estas emociones no es el mundo ni sus gentes - ni
siquiera yo.
Es el sueño del ego y su oculto deseo.
Podría ver paz en
lugar de esto.
Y tal como señala Ken Wapnick, no se trata de hacer
de cuenta que la gente no es cruel o artificial o embustera. Se trata
únicamente de no atacar esa actitud.
En última instancia, la gente hace lo que
hace porque ha elegido el maestro del miedo.
Y nosotros también.
La diferencia es que ahora lo sabemos.
Ahora podemos renovar nuestras esperanzas. No de vivir en
un mundo perfecto, no de conocer gente inmaculada y virtuosa.
Renovar nuestras esperanzas de utilizar el tiempo para
recordar la Eternidad, de estar en un cuerpo para recordar el Espíritu, de ver
tantas cosas distintas para recordar la igualdad del Todo.
Renovar nuestras esperanzas para perdonar y saber que así
tenemos un reflejo del amor del Cielo.
Pasitos de bebé.
Pasitos que debemos dar todos los días
todo el día para que una lenta y verdadera transformación ocurra en nosotros.
Pasitos de bebé que nos conducen desde la desilusión,
desengaño, decepción al despertar.
Pasitos de bebé que nos conducen al sueño feliz.
Bendiciones,
patricia
Milagros en Red
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