Días atrás, la Fundación para Un Curso de
Milagros publicó un fragmento del taller “Palabras
y Pensamientos” del Dr. Kenneth Wapnick y no puedo dejar la mencionar
que el título de este taller refiere a una idea visibilizada en Hamlet y que todos, casi sin excepción, conocemos bien.
Cuando el Rey Claudio reconoce sus pecados, fue natural
pedirle perdón al Cielo si bien advierte, casi de manera simultánea, que su
arrepentimiento no era del todo honesto. Así es como el
Bardo poéticamente expresa el dilema de Claudio:
Vuelan mis palabras bien alto, pero mis pensamientos
se quedan aquí abajo. Palabras sin pensamientos, jamás llegan al Cielo.
Acciones sin pensamientos no llegan al Cielo. Prácticas
tampoco. Nada de lo que hacemos o decimos llega al Cielo si la honestidad no es
nuestra compañera. Seguramente en otra ocasión profundizaré un poco esta idea, por lo cual vuelvo ahora al fragmento en cuestión.
Quiero señalar que, durante su lectura, tuve la asombrosa experiencia de estar recibiendo algo muy similar a dos
regalos. El primero, la incontrovertible exposición del paradigma del milagro
que solo Ken puede ilustrar de manera simple y holográfica. El segundo, de
carácter más personal, la cantidad exacta de palabras y pensamientos necesarios
para brindarle refugio al esquivo perdón.
El propósito del Curso, enfatiza Ken, no es
alcanzar la perfección en nuestras relaciones, no es cultivar un funcionamiento
óptimo de nuestros cuerpos. Tampoco es procurar
el ennoblecimiento o purificación del ego sino más bien… ¡dejar de hacerlo
feliz! Para ello la práctica es clara; desdramatizar los inevitables traspiés en
la vida como si de calamidades de escala sideral se trataran.
El mundo que veo consuma su propósito cada vez que
elijo encomendar mis seguridades en su mecánica y al hacerlo, olvido que es
figuración de una quimera. Estoy sentada en una primera fila, tan entretenida aplaudiendo
y celebrando el espectáculo, que la recordación de mi naturaleza interior
necesariamente se vuelve ficción.
No
hagas un tango de tu olvido, pato
– me parece escuchar. Argumentos para
escribir acerca de traiciones y muertes, frustraciones y desengaños nunca te faltarán. Pero tampoco te
conducirán a la paz de Dios.
Por lo tanto, estoy así de cerca de entender que mi
práctica está orientada a expresar la potencialidad de otro paradigma, natural
e inclusivo, que sostiene en toda circunstancia una decisión constante a favor
de la paz. ¡Y esto sí me conduce a la paz de Dios!
Mis perfidias o mortandades, mi sobrepeso o
fealdad, no me definen. Tengo que dejar de joder con pensar que los milagros me
han mejorado porque no tengo tantas arrugas o peor aún, sentirme desmoralizada si
algunas gentes que conozco han hecho de su vileza un arte.
Un Curso de Milagros advierte que en la ilusión de
este mundo, es imposible negar al ego porque las formas promueven su supuesta realidad. Y, repasando una idea resistida y objetada, el cuerpo es parte de nuestra
experiencia en este tercer guijarro a partir del Sol.
Sed normales, sed
bondadosos es la idea que siempre subraya el Dr. Wapnick, invitándonos a hacer aquello
que mejor creemos minimizará el dolor físico o psicológico. No obstante,
la diferencia estriba fundamentalmente en... ¡no escenificar un culebrón con
ese quehacer!
Al observar sin juzgar las cosas que me pasan, reconozco
que expresan el intento de distraer mi capacidad
de recordar para qué estoy acá. Por lo tanto, todas mis aciagas interpretaciones
me han llevado a vivir sumamente atemorizada de Dios. Y he ahí el rol del
Espíritu Santo como justo intérprete de las creencias del ego.
Su capacidad para utilizar símbolos le permite
actuar con las creencias del ego en el propio lenguaje de éste. Su capacidad
para mirar más allá de los símbolos hacia la eternidad le permite entender las
leyes de Dios, en nombre de las cuales habla. Puede, por consiguiente, llevar a
cabo la función de reinterpretar lo que el ego forja, no mediante la
destrucción, sino mediante el entendimiento. T-5.III.7 fragmentos
Me reconforta pensar que ahora mismo puedo permitir
que todas las cosas me conduzcan, sin mediar distracción, al instante donde
puedo tomar una decisión unificada.
Que baje de peso no me ayudará a tomarla, no
obstante, sí me permitirá observarlo de otra forma. Las gentes seguirán
desengañándome, pero sólo un propósito unificado me permitirá observarlas de
otra manera.
Para concluir, mi paz interior no se ve afectada si
un esguince o un diluvio impiden un paseo en mi moto dado que nada de ello me conducirá de regreso a mi Padre.
Y así y todo, un vueltín en mi "negrita" es una herramienta
fabulosa que facilita una receptividad en mí, un espacio libre de temor que me permite aceptar que el mundo seguirá cantando el mismo tango
mientras yo aprendo a recordar otra canción, aquella beatífica melodía que
resonaba en ese lugar donde yo solo amaba a todos los que la entonaban conmigo.
Bendiciones,
patricia