Descubrí a Jane Austen en mi adultez, debido seguramente a la indescriptible fascinación por las Brontë que disfruté durante mi adolescencia.
De todas sus novelas, es siempre su último trabajo, Persuasión, mi favorito. A veces me resulta extraño que un libro escrito en 1816 pueda interpretar y acompañar con tanta solidez todos los cambios que aún tienen lugar en mi forma de pensar, facilitando un entendimiento que en soledad jamás hubiera alcanzado.
Sin entrar en muchos detalles, la novela narra la historia de Anne, quien hace siete años, fue persuadida de cancelar su compromiso con Frederick, un joven oficial en la Marina. La familia de Anne sostenía que no era lo suficientemente distinguido para ser parte de ellos, encontrando degradante un vínculo así. Y fue Lady Russell, la madrina de Anne que prácticamente ocupaba el lugar de su madre fallecida, la persona que finalmente logró persuadirla. Al abandonar a su prometido, el corazón de Anne se rompe y nunca volvió a encontrar otro amor. Como corresponde, la trama se pone en marcha con el sorpresivo regreso del ahora célebre y acaudalado Capitán Frederick Wentworth que no ha perdonado el rechazo sufrido. "Su fría cortesía, su ceremoniosa gracia, eran peores que cualquier otra cosa", expresa la silenciosa voz interior de Anne al verlo.
Ni uno solo de los personajes de Persuasión es malintencionado. Incluso la superficial vida social de Bath -tan conocida para Austen- es malintencionada. Ni siquiera lo es Lady Russell, una mujer culta que sólo quería lo mejor para Anne, vale decir, un esposo educado y que estimulara su inteligencia.
No obstante, si hay algo que he aprendido en estos años es precisamente no confiar en las buenas intenciones. De hecho, trato de alejarme de toda situación en la que alguien me deje saber que sólo las buenas intenciones guían su corazón – o cualquier otra idea melosa y expresión meliflua.
Si no somos capaces de observar, en verdad observar, el contenido de nuestras motivaciones, esa sombra que impregna todo pensamiento honrará su destino de proyección. Si no observo el paradigma del destierro que me sujeta, la ilusión de "ser amor", la "luz del universo" o un "ángel enviado", serán las excusas perfectas para seguir proyectando el dolor de no ser ni siquiera ilusión.
En buen romance, estoy diciendo que si de alguna manera creo en la existencia de un dios bien intencionado que castiga sin palo y sin rebenque – como decimos en estas pampas – será inevitable para mí adoptar esa misma intención como mi propia prerrogativa.
El ego no le desea el bien a nadie. No obstante, su supervivencia depende de que tú creas que estás exento de sus malas intenciones. (T-15.VII.4:3-.4)
Por eso estoy cómoda con mi decisión de no confiar en mis buenas intenciones porque en última instancia yo misma soy una intención desencaminada, mejor dicho, una intención que se piensa separada porque parece que así todo es más fácil. Cualquier ataque causa dolor, podré incluso lagrimear levemente al justificar mi ofensa, pero no será posible escapar del dolor causado.
Nadie ataca sin la intención de herir. (L-pI.170.1:1)
Y no a la otredad precisamente, sino a la conciencia que mora en mi interior para demostrar mi razón.
En esta línea de pensamiento, comprendo que incluso mis buenas intenciones para cuestionar lo que veo son tramposas, dado que las más de las veces cuestiono sólo para refrendar mi propio punto de vista. Más aún,
... si no recibes muestras de gratitud procedentes del exterior y las debidas gracias, tus intenciones se convierten de nuevo en ataques. (L-pI.197.1:4)
Mejor hacer a un lado el perdón bien intencionado, porque no existe algo así.
Mejor dejar de joder con las buenas intenciones, porque no lo son.
La buena intención de Lady Russell sumió a Anne en la tristeza, en una muerte prematura.
La buena intención de la familia de Anne le garantizó ser una persona inexpresiva, sin voz ni hermosura.
Mi buena intención me hace deambular por estas llanuras para soñar un espacio en donde mi Padre no pueda entrar y yo esté sola.
Anne y Frederick sólo se reencontraron con el Amor.
Y es inevitable que yo también.
Bendiciones,
patricia