martes, julio 20, 2021

Pollyanna


Recuerdo la primera vez que leyendo un libro de Ken tropecé con la palabra blissninny. Es un término coloquial e informal que referencia a una persona optimista de manera exagerada o poco realista. Un sinónimo sería ser como Pollyanna y gracias a esto, entendí mejor.

Pollyanna es el nombre de la protagonista de una novela infantil escrita por Eleanor Porter en 1913. Esta niña de 11 años, huérfana de padre y madre, es enviada a vivir con su adinerada y estrictísima tía soltera a un imaginario pueblo en Vermont. Y en ese apartado lugar conoce personas apesadumbradas y desmoralizadas. El tema es que Pollyanna de manera un poco irracional, encuentra siempre el lado positivo o alegre de las cosas, al jugar el «juego alegre» que su padre le había enseñado.

Si como escarmiento es encerrada en el ático, Pollyanna disfruta enormemente de la vista desde la ventana. Si es castigada a comer pan con leche, lo agradece porque es su alimento preferido. Esta novela tuvo tanto éxito que el sustantivo «polianismo» y el adjetivo «polianizado» se convirtieron en expresiones populares para referirse a personas que niegan los hechos y muestran un optimismo incontenible frente a situaciones adversas.

Quiero volver ahora a la definición de blissninny disponible en cualquier diccionario. Una persona excesivamente optimista que prefiere no afrontar situaciones complicadas usando clichés o banalidades irrelevantes en lugar de observar la dificultad presente. Dentro de la jerga mística, se refiere a un estudiante intoxicado de enseñanzas espirituales que aún no tiene entrenamiento ni solidez en sus conocimientos.

No son «bobos felices» como señalan las redes sociales. De todas formas, para aquellos que leen  al Dr. Wapnick en castellano, seguramente les debe haber resultado extraño la utilización de una palabra tan descalificatoria para con alguien.

Los blissninnies son estudiantes del Curso que confunden «las actividades que desarrollamos en la separación» con «nuestra existencia real como único Hijo de Dios en el Cielo». El motivo es claro.

Un blissninny no quiere mirar la culpa o el mundo. Tampoco tiene un sano respeto por el ego en cuanto a la enorme atracción que ejerce sobre nosotros. Un blissninny no es un «pecador», no más que cualquier otro que proyecte y juzgue. Ken ha señalado que el ego adora los pecadores espirituales como los blissninnies, ya que son nuestras personas favoritas para culpar por su mala interpretación y utilización del Curso.

«Despejar los obstáculos que impiden experimentar la presencia del amor» implica que tenemos que detectarlos primero a fin de quitarlos. No puedo evitar recordar esa cita del Capítulo 16 que con prístina sencillez leemos que nuestra tarea no es ir en busca del amor, sino simplemente encontrar todas las barreras que hemos levantado contra él.

Honrar esta cita, solo es cita, nos garantiza evitar una práctica polianizada o convertirnos en blissninnies. Por eso el Curso nos invita a cultivar una dulce firmeza en el proceso de observación del ejército de juicios que marchan por nuestra mente día y noche.

La madre de Pollyanna se llama negación, por lo tanto, solo con dejarnos de joder con que la luz, la dicha y la paz ya moran en nosotros nos permite una práctica honesta y reflexiva. Ya sé que el mundo es una ilusión pero como camino por estos pagos, significa que todavía creo que es real.

Mi práctica, otra vez, mi práctica consiste en aprender a interpretar todo a la luz del perdón que el Curso enseña. Así de simple porque así es se despejan «los obstáculos que impiden experimentar la presencia del amor».

 

El Espíritu Santo sólo te pide esto: que lleves ante Él todos los secretos que le hayas ocultado. Ábrele todas las puertas y pídele que entre en la obscuridad y la desvanezca con Su luz. T-14.VII.6:1-2

Bendiciones,
Pato
Milagros en Red

 

 

domingo, julio 18, 2021

AtrapaSueños

Cuando en las redes sociales, leo algún que otro post, realmente creo que si yo fuera una estudiante reciente del Curso… ¡saldría corriendo! 
Que es un libro que no significa nada; que no se entiende pero que si escuchas a Fulano te lo explica sencillito; que antes de hacerlo hay que leer a Mengano y Zutano; que mejor estudiar el Manual; no, no mejor hacer los ejercicios pero mejor si después de la Lección 50  empiezas a leer el Texto al mismo tiempo y de paso intercalar con el Manual; que mejor hacer aquello que resuene, que el cuerpo no existe pero se santifica, que no hay que hacer planes sino fluir, y la lista sigue…

Las sugerencias o recomendaciones de los “milagreros” son abundantes y las más de las veces contradictorias entre sí. En última instancia, los estudiantes de un camino espiritual que de sí mismo dice que es “simple y fácil” suelen brindar respuestas que se parecen mucho a un laberinto de opiniones encontradas.  Y en el ejercicio apócrifo de la igualdad, todos recurren a un blablablá que, ignorando que el milagro se añeja en cubas de eternidad, recurre a una instantánea sazón edulcorada.

¿Qué tal si todo, absolutamente todo no es sino parte del “programa de estudios” que nuestro Maestro del perdón puede emplear para ayudarnos a aprender que la igualdad es de contenido? El ejercicio de la hermandad se expresa porque compartimos un mismo propósito y esto es válido tanto como bastardos del ego o como hijos de Dios.

¿Qué tal si el único significado de todas las cosas es aquel que le permite al Espíritu Santo traducir el especialismo en salvación? Claramente esto no se puede lograr de la noche a la mañana, por eso un abordaje pedagógico que nos da la bienvenida en el lugar donde creemos estar… pero no nos dejará allí.

¿Qué tal si nuestros sueños representan solamente una nueva oportunidad para reconocer el contenido de la mente (sea recta o errónea)? No podemos cambiar de mentalidad a menos que, tomados de la mano de Jesús, miremos en nuestro interior. Allí comienza y allí termina la percepción y requiere corrección antes que todo.

¿Qué tal si usamos la propuesta de la falta de significado de las cosas correctamente, vale decir, que “sólo después de despertar nada significa nada”? Mientras ese momento llega, el milagro traduce las formas de las pesadillas en sueños cuyos contenidos expresan el Cielo.

La claridad y fidelidad de los pensamientos de Ken hacen que la práctica sea congruente:

Jesús nos promete que su curso nos ayudará… pero debemos aprender a hacer aquello que nos pide con el propósito de sentirnos dignos de aceptar su ayuda y así crecer desde la niñez espiritual hasta la adultez y regresar a Casa.

Journey through the Text of A Course in Miracles

Vol 2, pag.73

No podemos malinterpretar las líneas del Curso… a menos que queramos no entenderlas. Y queremos no entenderlas porque el contenido de sus enseñanzas nos da miedito. El Curso es simple. Lo único complicado somos nosotros que aún no nos hemos decidido a vivir sus principios. El lenguaje no es problema, el estilo de escritura tampoco, apreciar el pentámetro yámbico menos. El problema es que tenemos miedito, ya lo dije.

Cada línea del Curso apunta al desvanecimiento de nuestra individualidad, al reconocimiento que nuestra autonomía es a expensas de la otredad. Y frente a esto, tratamos de alterar sus preceptos para reforzar y proteger nuestra existencia especial.

Parafraseando otra vez a Ken, esto pone a nuestra identidad sustituta en una posición incómoda y perturbadora. Por eso necesitamos de un curso y de un maestro que nos ayude a aliviar la ansiedad que provoca mirar al sistema de pensamiento del ego de forma tal que podamos finalmente alcanzar la certeza de Dios con respecto a nosotros, Sus Hijos.

¿Cómo no iba Él a proporcionar gustosamente los medios a través de los cuales puede reconocerse Su Voluntad? Y Su memoria despertará en la mente que le pida los medios a través de los cuales su sueño termina. L-pI.168.2.4,6

Bendiciones,
pato
Milagros en Red



miércoles, febrero 10, 2021

Sobre la experticia

La popularidad que ha alcanzado la tergiversación de los simples principios de Un Curso de Milagros es prodigiosa. La fascinación por retocarlo, el afán para reorganizarlo, la celeridad para fusionarlo, el esmero para diluirlo, todo esto y más es, simplemente notorio.
¿Quién confiaría en los comentarios de algún exégeta de «El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha» que promueva una caprichosa reducción de su volumen? ¿O una versión simplificada de su exuberante periplo? ¿O una mixtura  con otras obras para mejorar la pluma de Cervantes? ¿O un resumen que señale que se trata de la lucha del idealismo en contra de la triste realidad? ¿Y que además ilumine sus dichos aclarando que uno es Alonso y el otro Sancho?
Desde su etimología, la exégesis representa la extracción del significado de un texto y fue el ámbito religioso en donde esta lectura comprometida tuvo su puesto más destacado. Los exégetas del Talmud, el Corán y la Biblia entre otros, consagran su vida a esta forma particular de amor: estudiar sin distorsiones esos libros para compartir con los seguidores de dicha fe, los testimonios de esperanza que encierran. Y esto obviamente, ¡los incluye!
La exégesis encuentra hoy espacios en otras disciplinas en donde adhieren a los preceptos heredados. En última instancia, estamos hablando del estudio de símbolos que llevan la marca del tiempo sí, pero para trascenderlo.  Y por más que el formato se presente en capítulos y secciones con finalidades específicas, todos son portadores del sentido ulterior, único e inclusivo que el corazón del autor nos ofrece.
Si fuera posible representar esta expresión de amor, imaginémoslos como personas que honrando el aspecto escrito de su llamado, enseñan a quererlo, no a divinizarlo ni venerarlo, sino a quererlo por lo que es, a practicarlo tal como es. Solo desde este lugar es posible apreciar un tesoro espiritual con aristas retóricas como recurso pedagógico.
Los legítimos intérpretes del milagro no apelan a frases edulcoradas mientras pasan por alto ahondar en el costo de la silenciosa dinámica de la autonomía ganada a expensas de la otredad. En realidad, los genuinos expertos milagreros enseñan el mismísimo proceso exegético, acompañando tanto la apreciación como la comprensión de la profundidad inmaterial del texto para cuando llegue el momento del juicio final.
Un exégeta no estudia en soledad, sería ridículo pensar que, por su cuenta, podría abarcar la vastedad de una obra universal. Abreva en la fuente y también en el recto entendimiento de aquellos que lo precedieron. No obstante, algunos improvisados toman literalmente esa especie de apuro celestial, cayendo así en la tentación de olvidar que tanto el estudio fiel como la práctica honesta del Curso son, para los practicantes, su auténtico ministerio. ¡Y esto no quiere decir ensalzar una dimensión intelectual!
Son muchos los que preocupados por  la situación del mundo imaginan que su contribución personal a la verdad es indispensable. “Hay que llevar el mensaje de luz”, suelen proclamar como antesala de su apostolado. Querido lector, te invito a que pases estas dos oraciones por el tamiz de los principios del perdón. Hazlo, y verás que ambas son falsas.
La certeza de haber encontrado mi camino implica no quedar a merced de una lectura  extraña al milagro que me priva del propósito de la jornada. Nuestra lengua castellana es tan rica que tiene una palabra para esta situación: eiségesis, o sea “la inserción de interpretaciones personales en un texto”. Puedo entonces volver a escribir la primera línea de este artículo diciendo que la popularidad que ha alcanzado la eiségesis de Un Curso de Milagros es prodigiosa.
Bendiciones,
patricia