A
veces me pregunto si no son en verdad extrañas algunas de esas líneas de
pensamientos que alimentamos, hasta que un buen día, nos encontramos, casi
obligadamente, justificando lo injustificable.
Resulta
ser que en este último tiempo, he tropezado con algunas acciones que,
provenientes de disimiles orígenes, exhiben una curiosa
similitud. Mal podría yo dedicar un par de líneas a la anatomía de estas
cuestiones, esas que todos repudiamos colectivamente y practicamos
separadamente.
No obstante, si hay algo que he aprendido es
a no permitir que la forma de las formas me ciegue. Esas apariencias
consistentes, esas figuras insistentes, solían ser madamas de mi aletargado
pensar. No es que haya dejado de sucumbir a ellas como respuesta primera, claro
que no. La diferencia es que ahora no contemplo nada sin el auxilio de un
rápido reconstituyente que me permite recordar que hay otra manera de
mirarlas, una que me recuerda su igualdad congénita. Todas las formas ocupan mi
mirada para fortalecer mi decisión de negar la presencia constante de una
Verdad que me trasciende y, como tal, nos une.
Volviendo entonces a esta idea que nos
predispone a justificar lo injustificable, resulta ser que la
respuesta fácil que cualquier espiritualidad holgazana nos ofrece, se
reduce a una expresión del tipo “todo está para ser notado”. No puedo dejar
de imaginar que ésta y otras frases hechas se amontonan cuidadosamente en
una desgastada maleta de citas rápidas a la que se puede recurrir en caso de
sentir la necesidad de dar una respuesta iluminada para demostrar un profundo
dominio de nuestra naturaleza divina.
Todos
queremos ser espiritualísimos. Ser exegetas y escribas de la nueva
interpretación de cuanto camino a la paz se nos cruce, todo a la luz de estos
tiempos modernos y los gloriosos cinco minutos de fama con los que las redes
sociales nos engatusan. Todos queremos ser espiritualísimos mientras
sigamos usando nuestro nombre y dirección, me parece reconocer gracias a la
práctica de mi caminito milagrero.
Escribo
estas líneas así de improvisadas agradeciendo no haberme detenido ni un
instante a rumiar algunas actitudes. Esa decisión le daría la bienvenida a la
experiencia emocional de crucificar al farsante y no hay forma que esa
crucifixión no sea la mía. Tantos clavos y espinas no han sido llamados
azucenas en vano.
En
fin, sí es en verdad extraña esa línea de pensamiento que nos exime de toda
responsabilidad para con el otro y terminamos justificando lo injustificable.
Un
Curso de Milagros nos recuerda que no es sensato torcer y retorcer y destorcer
las formas para justificar una actitud desamorada. Tampoco lo es el castigo por
abrigar pensamientos deshermanados.
No
obstante, de una sola cosa sí estoy segura. No voy a utilizar nada que
prolifere en estos pagos desérticos para justificar mi falta de fe en mis
hermanos que son uno conmigo, sí, pero en el Cielo.
Y
aquí, en la tierra, donde únicamente reflejos de esa Unidad están a mi alcance,
sólo puedo elegir no valerme de nada para justificar algo que sé que no
proviene de Dios. El ataque no proviene de Dios, la descalificación no proviene
de Dios, el despojo, la rapiña y el engaño tampoco provienen de Dios.
Y
por esto doy gracias.
Gracias
porque a toda ilusión, Dios le infundió otro propósito.
Y
es uno que el milagro hace visible.
Bendiciones,
patricia
Milagros
en Red
No hay comentarios.:
Publicar un comentario